martes, 21 de abril de 2009

Ideologías

Entendemos, de manera figurada, la palabra "principios" como el conjunto de “normas o ideas fundamentales que rigen el pensamiento o la conducta de uno o varios individuos”. Cualquier persona tiene ideales, porque la mente necesita un esquema fijo ante el cual debe responder, necesita unos límites para que la conciencia distinga el “bien” del “mal”. Dicho esto puede parecer que una persona que respete los pilares de sus pensamientos, es una persona que optará por el buen camino, y puede que sí, pero no tiene porque serlo siempre, dada la alta tendencia del hombre a cometer errores y a alimentar su ego.

Una persona que, dentro de una comunidad, intenta, desea llevar su vida conforme a sus ideales, se denomina idealista. El problema surge cuando elevando estos a su máximo exponente se quebrantan los principios universales, como la libertad, que están por encima de cualquier pensamiento individual. Por ello, cuando un ente supone que sus ideales se encuentran por encima de los intereses del mundo e intenta imponerlos con violencia o amenazas, esta persona o personas ya no son idealistas, se convertirían en lo que se denomina fanáticos.

El fanatismo es un fenómeno patente durante toda la historia de la humanidad y ha generado muertes, guerras, odio, injusticias…Pero como se suele decir “el ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra” y cada vez que surgen nuevas ideas, surgen nuevos fanáticos y locos que los siguen. De esta manera llegamos a los genocidios mas recientes y grandes, como son “la solución final del problema judío” en la Alemania nazi o “el bien común y la igualdad social” de la Unión Soviética. Por cortesía de Adolf Hitler y Stalin, murieron decenas de millones de personas inocentes, una barbaridad que horripila al que menos escrúpulos tenga, y sin embargo el título es de lo más amable, “solución al problema...”, “bien común…” ¿Porqué esa intención de que pareciese correcto, de qué pareciese un favor? Muy sencillo, el poder requiere cierta aceptación, si hacemos creer a la masa que los crímenes son el único camino o que de otra manera sería peor, podemos jugar con un cierto margen e incluso con un apoyo a la hora de actuar. Estos delitos contra la humanidad se refugiaban tras una serie de ideales que el colectivo dominante utilizaba como justificación de sus actos, fundamentando de esta forma su poder.
La razón y la lógica deben guiar nuestros actos, no la violencia y la intolerancia. Un idealista que comenzó la búsqueda de una sociedad utópica libre de perjuicios fue Martin Luther King, que lucho con tenacidad y desesperadamente por la igualdad, pero no con armas sino con palabras, que son mucho mas dañinas y duraderas, porque puedes someter a los débiles a tus ideas, pero como dijo San Agustín “la razón no se somete nunca” y, cuarenta años después de la muerte de este guerrero, su frente sigue activo, última conquista, la Casa Blanca.

Desgraciadamente el mundo se encuentra sumido en un tumulto de movimientos fanáticos, por ejemplo, algunos países sudamericanos con la llamada “Revolución Bolivariana” o, más claro todavía, EEUU con su ideología ultracapitalista que justifica su actuación bélica en países tercer mundistas alegando que es una defensa contra el mundo islámico y una necesidad imponerles la democracia, y qué ocurre, que este principio, en teoría “bueno”, ha desembocado en muertes, torturas legalizadas, oquedades jurídicas como Guantánamo y numerosas injusticias que no tienen nada que ver ni con parar un ataque, ni con los principios democráticos que defienden. Esta violación ha sido posible al convertir en cotidiano y legalizar estas circunstancias, cayendo en una de las acciones más peligrosas, normalizar la excepción. En el frente opuesto nos encontramos con el terrorismo islámico, cuyos líderes justifican su poder y sus atentados con una lucha a la que los insta su religión, su Dios, circunstancia realmente curiosa si tenemos en cuenta que paz e Islam derivan de la misma raíz y pueden considerarse sinónimos. Es más, el término árabe Yihad, el cual es traducido erróneamente como guerra santa, tiene matices bien definidos y delimitados y no incita a sus seguidores a contarse entre quienes inician un pleito ya que "Dios no estima a los agresores". De hecho, ellos se rigen por las enseñanzas del profeta Mahoma y este dice:”El fuerte no es quien vence a los hombres sino quien vence a su ira." Por ello, debo deducir que si un musulmán participa en actos terroristas, éste no está siguiendo los preceptos de su religión, y que si un estadounidense invade y somete a un pueblo no está defendiendo la democracia, ambos por lo único que están luchando es por la obtención de beneficios políticos o económicos – como normalmente usan sus creencias los líderes de los que optan por fanatizar sus ideales.

En fin, pienso que los ideales son buenos e incluso necesarios, porque opino que si uno no cree en nada no hay nada que lo sujete y que una persona con unas convicciones sólidas y coherentes puede, con ayuda de la razón, hacer mucho bien a la humanidad. Porque también es un hecho que los ideales han cambiado para mejor la situación social, nos han hecho evolucionar desde la oscura Edad Media a la Edad Contemporánea, de las monarquías absolutas a las democracias, de la esclavitud a la libertad…Simplemente, imaginad que hubiese sido de Occidente sin lo ideales políticos de libertas, fraternidad e igualdad, o las revolucionarias teorías políticas sobre la separación de poderes del Estado de Voltaire, Rousseau o Montesquieau.

En síntesis, las ideologías por si solas no valen nada, al igual que un libro que nadie lee ni interpreta. Por tanto puedo decir, que la única manera firme para intentar convatir el tan temido, y con razón, fanatismo, es la cultura, y digo esto porque entendiendo las creencias ajenas podemos ayudar al prójimo a entender su error y con lógica y saber podemos evitar el nuestro. No nos equivoquemos, el problema no son las convicciones, son aquellos que no encuentran el equilibrio y no son capaces de sacarle el buen partido a las mismas, contribuyendo a la destrucción de su propio hogar.

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